Heath's Modern Language Series: Spanish Short Stories Part 22

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--Se me habran{170-3} perdido..., que yo tenia los veintiuno esta manana...

--No puede ser: yo te di dos reales en plata.{170-4}

--Es que... los cambie en la plaza...

--Que ha hecho tu madre esta manana?--pregunta rapido el Tuerto al mayor de sus hijos, cogiendole por un brazo.

El chiquitin tiembla de miedo, mira alternativamente a su padre y a su madre, y calla.



--Habla p.r.o.nto!--dice el primero.

--Es que me va a pegar madre, si lo digo,--contesta, haciendo pucheros, el pobre chico.

--Es que si callas, te voy a deshacer yo la cara de una guanta!

Y el muchacho, que sabe por experiencia que su padre no amenaza en vano, a pesar de las senas que le hace su madre para que calle, cierra los ojos y dice rapidamente, como si le quemaran la boca las palabras:

--Mi madre trajo esta manana un cuartillo de aguardiente, y tiene la botella escondia en el jergon de la cama.

El Tuerto, oida esta ultima palabra, tumba de un sopapo a sus pies a la delincuente, corre a la cama, revuelve las hojas de su jergon, saca de entre ellas una botellita blanca que contiene un pequeno resto del delatado contrabando, vuelve con ella hacia su mujer, y arrojandosela a la cabeza en el momento en que se incorporaba, la derriba de nuevo y salpica a los chiquillos con el liquido pecaminoso. Gime, herida, la infeliz; lloran asustados los granujas, y el iracundo marinero sale al balconcillo renegando de su estrella y maldiciendo a su mujer.

Tio Tremontorio, que vino de la mar con Bolina y el Tuerto, se halla en su balcon tejiendo red (su ocupacion preferida cuando esta en casa) desde el principio de la reyerta de sus vecinos, y tirando de vez en cuando un mordisco a un pedazo de pan y a otro de bacalao crudo, manjares que const.i.tuyen su comida ordinariamente. No se da con el Tuerto por advertido del suceso que acaba de ocurrir y del que se ha enterado perfectisimamente, pues no le gusta meterse en lo que no le importa; pero el irascible marido, que necesita dar salida al veneno que aun le queda en el cuerpo, llama a su vecino, y de balcon a balcon entablan este dialogo a grandes voces:

--Tio Tremontorio, yo no puedo con esta bribona, y voy a hacer un dia una barbarida..... Me valga Dios, que picara!... Que va a ser de estas criaturas el dia que la suerte me saque de casa?... porque el demonio no tiene por onde desechar a esta mujer.{171-1} La semana pasa la entregue veinticuatro riales pa que vistiera a los hijos... uste los ha visto?

pos tampoco yo. La borrachona los consumio en aguardiente. Peguela una trisca que la deje por muerta, y a los tres dias me vende una sabana por media azumbre de cana; doila ayer veintiun cuartos pa carne, y bebelos tamien... Y a too esto, las criaturas esnudas, yo sin camisa, y sin atreverme, si a mano viene, a echar un vaso de vino un dia de fiesta.

--Por que no la conjuras, tina? Pue que sea _mal-dao_.

--Si llevo gastao, tio Tremontorio, un costao en esos ameniculos!

Llevela, a ma e{172-1} tres leguas de aqui, a que un senor cura, que icen que tiene ese previlegio, la echara los Avangelios;{172-2} leyoselos, diome una cartilla bendecia y un poco de ruda, cosilo too en una bolsa, colguesela al pescuezo, costome la cirimonia al pie de un napolion... y na: al dia siguiente cogio una cafetera que no se podia lamber.{172-3} Yo la he dao aguardiente cocio con polvora, que icen que es bueno pa tomar ripunancia a la bebida, y a esta condena paece{172-4} que le gusta mas desde entonces. He gastao en velas pa los Santos Martiles, a ver si la quitan el vicio, un sentio..., y como si callara... Ya no se que hacer, tio Tremontorio, si no es matarla, porque es mucho el vicio que tiene. Fegurese uste que dempues que la di el aguardiente con polvora, la entro un colico que crei que reventaba. Como yo habia oido que el aguardiente es bueno pa quitar el dolor de barriga, poniendo por fuera unos panos bien empapaos en ello, calente en una sarten como medio cuartillo; y cuando estaba casi hirviendo, llevelo asi a la cama onde se estaba revolcando la muy bribona. Mandola que tenga un poco la sarten mientras yo iba al arcon a buscar unos trapos, vuelvo con ellos... creera uste, puno!, que ya se habia trincao{173-1} el aguardiente de la sarten, abrasando como estaba? Hombre, si esto es mas que maldicion de Dios!

--Pues, amigo... tocante a eso... que te dire yo? Cuando la mujer da en torcerse como la tuya, mucho palo; si con el no sale a flote, o echala a pique de una vez, o cuelgate de una gavia.

--Si le digo a uste, hombre de Dios, que la he solfeao too el cuerpo a lena.....

--Pues ahorcate entonces, y dejame en paz y en gracia de Dios tejer estas mallas, que por no perder la paciencia no me he querido casar yo, tina, retina!

--Mal rayo me parta treinta veces y media, y permita Dios que al primer noroeste que me coja en la mar me coman las merluzas!... Si pa esto nace uno, valierame mas no haber nacio!....

Y comiendose los labios de coraje, metese el Tuerto en su buhardilla y cierra la puerta del balcon.

El tio Tremontorio, sin levantar los ojos de su labor, le despide canturriando con su aspera voz esta copleja:

Por goloso y atrevido Muere el pez en el anzuelo Porque yo no soy goloso, En paz y libre navego.

Si mientras el Tuerto estaba a la mar, alguno de sus hijos rompia la olla, o se comia el pan que estaba en el arcon, o hacia cualquiera diablura propia de su edad, en el balcon le sacudia el polvo su madre, en el balcon le estiraba las orejas y en el balcon le banaba en sangre la cara.

Si de vuelta de correr la sardina salia alcanzada la mujer del Tuerto en la cuenta que este le tomaba rigorosamente, en el balcon se oia la primera guantada de las que administraba el desdichado marido a su costilla; desde el balcon llamaba a su padre, a su madre y a Tremontorio; desde el balcon les contaba lo sucedido, y renegaba furibundo de su mujer; desde el balcon imploraba el auxilio de Dios..., y de balcon a balcon se enredaba un dialogo animadisimo que entretenia, por es.p.a.cio de media hora, a las gentes de la calle.

Si el patron de la lancha de que son socios mis vecinos les debe algo, desde sus balcones lo dicen, y en los mismos discuten el medio de cobrarlo.

Por el balcon recibe Tremontorio las consultas que se le hacen sobre el tiempo; por el balcon las contesta, y el balcon es su observatorio.

En una palabra: mis vecinos tienen el balcon por casa, excepto para dormir y vestirse; y ni aun en estas dos ocasiones quieren prescindir totalmente de la publicidad. Tremontorio y Bolina, especialmente, se mudan la camisa y los pantalones en medio de la sala... con todas las puertas abiertas; pero donde se echan los botones y se amarran la cintura con la indispensable correa, es en el balcon. Y esto en invierno; que en verano, o cierro la puerta de mi antepecho, o he de contemplarlos hasta en la menor particularidad de su vida intima, tanto de dia como de noche... Por hacerme participe de sus costumbres estas pobres gentes,{174-1} hasta me despierta a mi al mismo tiempo que a ellas el penetrante e intraducible grito de _apuyaaa!_{175-1} con que les llama, a las tres de la manana en verano y a las cinco en invierno, para ir a la mar, otro marinero que tiene por esta obligacion algunos gajes.

De todo lo cual resulta, lector, aun sin mi decidida aficion a reparar en achaques de costumbres, mas de lo suficiente para que comprendas como, sin poner trabajo alguno de mi parte, y sin que en mi obsequio se le tomara nadie,{175-2} pude adquirir los datos que apunte en las primeras paginas de este bosquejo.

Ahora, pues, previa tu indulgencia por estas digresiones, y suponiendote orientado en el terreno de nuestros personajes, voy a tratar del verdadero asunto de mi cuadro.

II

Hace pocos dias empezo a llamarme la atencion el aspecto que presentaba la casuca de enfrente. La buhardilla del Tuerto apenas se abria, ni en ella se escuchaban las risas, los lloros y los golpes de costumbre.

El tio Tremontorio trabajaba en sus redes al balcon algunas veces, pero siempre mudo y silencioso, cual era su caracter cuando sus convecinos le dejaban en paz y entregado a sus naturales condiciones.

Los dos viejos del segundo piso se daban muy pocas veces a luz, y en algunas de ellas vi enrojecidos los arrugados y enjutos parpados de la mujer de Bolina. Indudablemente pasaba algo grave en aquella vecindad.

Un tanto preocupado con esta idea, puse toda mi atencion en la casuca con el objeto de adquirir la verdad.

Las ahumadas puertas del balcon de la buhardilla se abrieron al cabo, despues del mediodia, y lo primero que en el interior descubrieron mis ojos, fue un hombre vuelto de espaldas hacia mi, con camiseta blanca de ancho cuello azul tendido sobre los hombros, y gorra de lana, tambien azul, ocupado en colocar en un gran panuelo de percal, desplegado sobre el arcon que conocemos, algunas piezas de ropa. Despues que hubo anudado las cuatro puntas del panuelo que contenia el equipaje, se incorporo el hombre, volvio la cara... y conoci en ella a la del Tuerto; pero mas obscura, mas triste, mas cenuda que nunca. El pintoresco traje{176-1} del pobre pescador me explico en un instante la causa del cambio operado en aquella vecindad.

Hecho el lio de ropa, paso el Tuerto su brazo izquierdo por debajo de los nudos, metio dentro de la gorra algunos mechones de pelo que le caian sobre los ojos, tiro de una bolsa de piel mugrienta que guardaba en un bolsillo de sus pantalones, saco de ella tabaco picado, hizo un cigarro, encendiole en un tizon que le trajo su mujer, que lloraba, aunque en silencio, fijose en los chicuelos que tambien lo rodeaban, y, haciendo un gran esfuerzo, dijo con voz insegura:

--Ea! sobre que ha de ser, cuanto mas p.r.o.nto.{176-2}

La sardinera, al oir a su marido, rompio a llorar a todo trapo: sus hijos la siguieron en el mismo tono.

--a ver si vos callais, con mil demonios!--exclamo el pescador con visible emocion.--Y tu--anadio dirigiendose a su mujer,--ya sabes lo que se va a hacer. Estas criaturas se vienen ahora mesmo conmigo, y se las dejo a mi madre al tiempo de bajar. Alli se estaran con ella hasta que yo guelva.{176-3}

-- No, por todos los santos del cielo!--grito la mujer, que al fin era madre.--Yo soy muy capaz de cuidarlas, y no quiero que naide mas que yo de de comer a mis hijos.

--Lo que eres tu, me lo se yo muy bien; y no me acomoda que el mejor dia amanezcan los angeles de Dios aterecios a la puerta de la calle. Y sobre too, no te los tiro a la mar: bien acerca te quedan: too el dia te puedes estar abajo con ellos... Pero ya se lo he dicho a mi madre: cantes que dejarios subir aqui, rompales una pata... Y esto sacabo.

Vamonos pa bajo... Y cuidao con que te vengas al Muelle detras de mi, que no tengo ganas de perendengues; y cuanto mas solo este uno, mejor.... Andando, hijos mios...

Y el desventurado Tuerto se bajo para coger al menor de los muchachuelos, que le miraban llorando. Entonces su mujer, cediendo a un irresistible impulso de su corazon, echo los brazos al cuello de su marido, y con el torrente de sus lagrimas arranco al fin las primeras, tal vez! de los torvos ojos de aquel rudo marinero.

Pero este no era hombre que se entregaba rendido a semejantes debilidades; asi es que, desprendiendose de los brazos de su costilla, cogio entre los suyos al menor de sus hijos, mando a los otros que le siguieran, obligo a su mujer a queda.r.s.e en casa, y salio de ella precipitadamente, cerrando detras de si la puerta de la escalera.

Pocos minutos despues estaba en la calle, con su lio al brazo, en compania de Bolina y Tremontorio. Los tres iban cabizbajos, taciturnos y caminando con repugnancia. Casi al mismo tiempo que ellos en la calle, aparecieron en sus respectivos balcones la mujer de Bolina, rodeada de sus nietos, y la del pobre Tuerto, sola, desgrenada y dando alaridos de desconsuelo. Sus hijos y su suegra, aunque sin gritar tanto como ella, vertian tambien abundantes lagrimas.

Al oir este coro desgarrador, los tres marineros apretaron el paso, los vecinos de la calle salieron a sus balcones, y yo me decidi a seguir a mis conocidos hasta el desenlace de la escena, cuyo principio habia presenciado. El dolor tiene su fascinacion como el placer, y las lagrimas seducen lo mismo que las sonrisas.

Tome, pues, el sombrero, y me largue al Muelle.

Una apinada mult.i.tud de gente de pueblo se revolvia, gritaba, lloraba e invadia la ultima rampa, a cuyo extremo estaba atracada una lancha. En esta lancha habia hasta una docena de hombres vestidos de igual manera que el Tuerto; y tambien como el llevaba cada cual un pequeno lio de ropa al brazo. De estos hombres, algunos lloraban sentados; otros permanecian de pie, palidos, inmoviles, con el sello terrible que deja un dolor profundo sobre un organismo fuerte y varonil; otros, fingiendo tranquilidad, trataban de ocultar con una sonrisa violenta el llanto que asomaba a sus ojos. Todos ellos se habian despedido ya de sus padres, de sus mujeres, de sus hijos, que desde tierra les dirigian, entre lagrimas, palabras de carino y de esperanza. Entre tanto, algunos otros, tan desdichados como ellos, se deshacian a duras penas de los lazos con que el parentesco y la amistad querian conservarlos algunos momentos mas en tierra. Por eso las palabras padre, madre, hijo, amigo, eran las unicas que dominaban aquella triste harmonia de suspiros y sollozos.

Terrible debia ser la pena que hacia humedecerse aquellos ojos acostumbrados a contemplar serenos la muerte todos los dias, entre los abismos del enfurecido mar!

Heath's Modern Language Series: Spanish Short Stories Part 22

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